Patagonia

La científica de la Patagonia que encontró en los erizos de mar el remedio para poder curar a su hijo

Vive en Puerto Madryn, Chubut, y sin saberlo tenía frente a sus ojos la solución para una enfermedad autoinmune.

Redacción Nuevo Día
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eldiarionuevodia@hotmail.com

 Tamara Rubilar es investigadora del Conicet. Desde hace años estudia lo que sucede abajo del mar en Puerto Madryn. En el medio de su postdoctorado nació su segundo hijo con una enfermedad autoinmune. Y sin saberlo, tenía frente a sus ojos, en el laboratorio dónde trabaja, entre sus manos, el remedio para curarlo.

La historia de Tamara arranca en Buenos Aires. Nació allá, pero de joven se mudó a la Patagonia a estudiar Biología en la Universidad Nacional de la Patagonia. "La vida con mi segundo hijo venía normal hasta que empezó a comer", cuenta, "ahí empezó a tener serios trastornos digestivos, vomitaba sangre, defecaba sangre. No había explicación. Lloraba todo el día. Tenía la piel absolutamente irritada, se le cerraban los pulmones. O sea, era una situación de visitas muy recurrentes al hospital local".

Después de hacerle muchos estudios, un gastroenterólogo local le sugirió hacer una interconsulta en Buenos Aires. En el Hospital Pedro de Elizalde, «Casa Cuna», estuvieron tres meses "nos pasaban de piso en piso", sigue, "hasta que llegamos a inmunología".

Tamara, su pareja y su hijo estaban a 1.298,4 km del laboratorio donde ella trabaja. Sin saberlo, allá, les esperaba, a la vuelta, el remedio para su enfermedad. Pero para eso, aún faltaban algunos meses.

"Los médicos unos genios absolutos porque detectaron que mi hijo tenía por un lado una inmunodepresión, o sea, no generaba las defensas de forma correcta y por el otro tenía muy activado el sistema inmunológico en cuanto a las alergias. Tenía alergias de todo tipo: al trigo, al huevo, al pelo, a la miel, a todo básicamente".

De Buenos Aires se fueron con tratamientos tradicionales. Uno que requería bajar la inflamación y otro que reprimía las reacciones de los pulmones y los bronquios para evitar los broncoespasmos.

Tamara hurgó en su familia y descubrió que esa enfermedad venía de antaño. Preguntando descubrió que en su propio árbol genealógico hubo niños que fallecieron antes de llegar a los dos años y que eran físicamente similares a su hijo: pelirrojos, pequeños y muy blancos. "Evidentemente lo que corre en la familia es una enfermedad autoinmune que se va despertando lamentablemente por causas recesivas", explica.

El niño con una dieta muy estricta empezó a mejorar, pero a Tamara la perseguía un pensamiento que la desvelaba: el futuro de su hijo con tantos medicamentos. Fue ahí que decidió destinar cada minuto de su tiempo libre a investigar qué le pasaba y qué es lo que decía la ciencia. Empezó a ir a Congresos y a zambullirse en la gastroenterología. Tenía a su favor conocimientos de química, bioquímica y fisiología. "Hace más de una década no se hablaba de antioxidantes como ahora. Lo que se sabía era que había una forma natural de bajar la inflamación intestinal y era con la utilización de antioxidantes".

Empezó a darle a su hijo extractos de antioxidante natural de frutas. "Tenían muy poca concentración y no le generaba mucho cambio". La solución vino de parte de un colega: "Tomá este paper es para vos", le dijo. Era 2012 y el estudio trataba sobre un mega antioxidante que estimulaba el sistema inmunológico. Lo que podría haber sido un problema para muchos, para Tamara no lo fue. El estudio estaba en ruso, pero su madre, descendiente de familia rusa, le tradujo por teléfono.

De los datos que le leyó su madre, dijo: "erizos de mar". Y Tamara se sorprendió: "¿Cómo erizos de mar?", le preguntó. "Si, erizos de mar", le contestó. Tamara tenía erizos de mar en su laboratorio, frente a sus ojos, porque era parte de su investigación en el Conicet.

Automáticamente se puso en contacto con los científicos rusos que hicieron ese estudio, amablemente accedieron y en una charla con 13 horas de diferencia lograron encontrarse vía Skype. Tamara hizo una extracción y la envió a Siberia. La respuesta fue hermosa: lo que Tamara tenía en las aguas de Puerto Madryn le servía para preparar el remedio para su hijo.

El primer trabajo fue con su pareja: él buceaba y sacaba los huevos de erizos no fecundados y ella los analizaba y extraía en el laboratorio. Y el cambio que vieron en su hijo fue notorio: no tuvo más dolor de panza, dejó de defecar sangre, su piel mejoró y dejó de usar el ventolín tres veces por día. "No fue de un día para otro, pero fue notorio el cambio".

"Si esto le sirvió al nene, le puede servir a otros", le dijo su marido, "no puede quedar acá en casa". Fue ahí que se lo propuso a su grupo de investigación. Pusieron manos a la obra y generaron la tecnología para cultivar el erizo, también para que acumule la molécula, y para poder sacar lo necesario sin sufrimiento animal. Hasta, incluso, crearon un protocolo de bienestar animal.

"Cuando nos sentimos seguros de que esto podía funcionar", cuenta, "salimos a buscar inversión y conseguimos más de las que pensábamos". De todas, optaron por inversores locales de Puerto Madryn.

Tras atravesar la pandemia, junto a un equipo de socios, fundaron Erisea S.A., la primera empresa de Base Tecnológica (EBT) en la Patagonia con licencia exclusiva de biotecnología acuícola del Conicet. Esta empresa comercializa - a través de la marca Promarine - suplementos dietarios validados científica y clínicamente y aprobados por Anmat basados en antioxidantes marinos con múltiples efectos preventivos y paliativos.

Hoy ya comercializan cuatro suplementos dietarios: Echa Marine, que mejora los síntomas del COVID-19 prolongado; Marine Epic, diseñado para mejorar la salud celular, potenciar la actividad mitocondrial, bajar la inflamación y fortalecer el sistema inmunológico; Marine Fusion, alto en omega-3, brinda los beneficios de los ácidos grasos junto con antioxidantes para apoyar la salud cerebral, ocular y cardiovascular y Marine Pulse formulado para cuidar la salud cardiovascular de manera integral.

Gracias a los socios inversores de Erisea S.A., inauguró en 2022 la planta de la EBT, de una superficie de 800 m2, en un predio de dos hectáreas ubicado en el Parque Industrial Pesquero de la ciudad de Puerto Madryn.

Tamara pasó de proyectar estudiar biología marina en Puerto Madryn a generar productos para la salud humana. "Ni en los sueños más salvajes", cierra, "a una se le hubiese ocurrido este camino".

(RíoNegro)

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