Historias de la Patagonia: Fuerte San José
El Fuerte San José formó parte de un plan de la Corona Española para afianzar su presencia en la costa atlántica. El objetivo era poblar el territorio y defenderlo de una posible invasión inglesa. Nuevas evidencias arqueológicas revelan cómo fue la presencia española en la Patagonia.
*Por Bruno Sabella
Desde el año 2009, un equipo de arqueología, en el marco del proyecto “Arqueología Histórica en Península de Valdés, Chubut (1779-1810)”, estudia el poblamiento español de la costa patagónica, desde una perspectiva histórica y arqueológica. Específicamente, se centran en el Fuerte San José, fundado como parte del plan de colonización español a fines del siglo XVIII en Península Valdés, Chubut.
El objetivo general del proyecto es indagar en la conformación del paisaje colonial en Península Valdés a partir de la puesta en práctica de los establecimientos españoles. La perspectiva está centrada en el análisis de la intersección de estrategias coloniales e indígenas, resultantes de la articulación histórica de relaciones sociales, económicas y políticas específicas, originadas por la expansión europea sobre la región y sobre sus poblaciones nativas.
Los restos arqueológicos de uno de los enclaves defensivos y productivos instalados por la Corona Española entre 1779 y 1810 en Península Valdés dan cuenta de un establecimiento precario en un contexto de escasez y de tensiones interétnicas. Según indica el equipo de investigación, existe mucha documentación acerca del carácter y de las intenciones de la corona española a la hora de establecerse en ciertos sitios que consideraba estratégicos.
El grupo de arqueólogos?????
Estos asentamientos tuvieron la función de incorporar sus puertos al sistema de intercambio colonial y fueron diseñados como proyectos sociales novedosos en los que se buscaba crear poblaciones con una base agrícola y condiciones sociales igualitarias. Hacia fines del siglo XVIII, la corona española llevaba adelante un conjunto de reformas en sus territorios más australes para renegociar su posición en el tablero colonial de potencias europeas.
La creación del Virreinato del Río de la Plata (1776) tenía como fin optimizar las rentas reales y las medidas tributarias, reafirmando al Atlántico como esfera comercial. El mismo año, los Estados Unidos de América declaran su independencia, perdiendo Inglaterra sus colonias del norte. Siendo evidente su necesidad de cubrir la pérdida, España decide ocupar efectivamente la Patagonia.
Capilla Fuerte San José
La descripción de Thomas Falkner En 1774 se imprimió en Inglaterra una obra sobre la Patagonia austral y las regiones circundantes, escrita por un jesuita llamado Thomas Falkner, quien vivió en las provincias del Río de la Plata por más de cuatro décadas. El impreso, que incluyó un
mapa de la región, realizó una descripción bastante detallada de la geografía patagónica, a la par que recalcó la debilidad del dominio español sobre esas tierras.
El libro “Descripción de la Patagonia y de las partes contiguas de la América Meridional”, advertía la facilidad de ocupar el territorio patagónico por la ausencia de cualquier presencia española. La obra de Falkner causó gran preocupación y alarma en la corte real española, ante la posibilidad de que se concretara la instalación de un establecimiento inglés en las costas de la Patagonia austral, como de hecho sucedió en 1765 en las islas Malvinas.
Las observaciones de Falkner eran reales. Buques balleneros ingleses y de otras nacionalidades operaban desde hacía tiempo en los mares del sur con absoluta libertad, incluso en tierra existían bases transitorias que prestaban apoyo a estos buques y a cazadores de lobos marinos. En los años sucesivos, se intensificaron las expediciones a la región con la finalidad de encontrar posibles establecimientos comerciales o militares extranjeros, cuya presunta existencia se vio corroborada por las noticias acerca de una ciudad poblada de hombres blancos en los territorios australes de América.
La Playa Villarino
En una conferencia titulada “Descubrimiento y empresas de los españoles en la Patagonia”, leída el 3 de marzo de 1892 en Madrid, el periodista e historiador español Juan Pérez de Guzmán decía:
“Hasta aquí el espectáculo físico y moral que os han ofrecido el descubrimiento, las exploraciones y conquistas sucesivas y la colonización del Nuevo Mundo, se destacan ante vuestra consideración con los matices seductores de su natural grandeza. Pero esta divina comedia tiene su infierno; y yo vengo á trazaros aquí esta noche un cuadro sombrío de patéticas y trágicas aventuras; el horror de una naturaleza enteramente yerma, árida y esquiva, y la medrosa silueta de inmensos territorios de una esterilidad uniforme y de un país donde contra todo lo que representa vida, y principalmente contra el hombre, se juntan en un aterrador concierto todas las inclemencias imaginables y todos los espantos de una muda desolación”.
La presencia española en la Patagonia
A fines del siglo XVIII, la Patagonia era considerada en Europa como una región marginal con cierta importancia geoestratégica por permitir el paso al Océano Pacífico a través del Cabo de Hornos. Siguiendo estos objetivos y con el fin de reafirmar la presencia española en el área, a partir de 1778 se promulgan las Reales Cédulas para la fundación de los establecimientos patagónicos y entre 1779 y 1780 se fundan los asentamientos.
La réplica de la capilla Fuerte San José
La Real Cédula para la formación de una población en un puerto de la Patagonia expresa: “Con el fin de que los ingleses o sus colonos insurgentes no piensen establecerse en la Bahía de San Julián o sobre la misma costa para la pesca de la ballena en aquellos mares a que se han dedicado con mucho empeño, ha resuelto S.M. que se den órdenes reservadas y bien precisas al Virrey de Buenos Aires y también al
intendente de la Real Hacienda, previéndoles que de común acuerdo y con toda la posible prontitud disponga hacer un formal establecimiento y población en dicha Bahía de San Julián, con las miras, desde luego, de que allí se forme una armazón de pesca de ballenas como la que tienen los portugueses en Santa Catalina, procurando a este intento adquirir sujetos prácticos a toda costa, sean españoles o portugueses y de aprovechar las salinas abundantes de aquel paraje para el abasto de Buenos Aires y lavazón de las carnes de aquella provincia, con que fomentar este utilísimo ramo del comercio”.
Las dos poblaciones principales fueron: el Fuerte Nuestra Señora del Carmen –Carmen de Patagones, actual Provincia de Buenos Aires- y la Nueva Población y Fuerte de Floridablanca -Bahía de San Julián, hoy en la Provincia de Santa Cruz. En tanto que el Fuerte San José de Península Valdés, actual Provincia de Chubut-, fue un asentamiento subsidiario al Fuerte del Carmen.
La nominación de Península Valdés fue impuesta por el navegante Antonio Malaspina en homenaje al ministro de marina Español Don Antonio Valdés, por el apoyo que este brindara a sus viajes en los años 1789 a 1794. Fue recorrida posteriormente por muchos expedicionarios. En 1778, el Rey Carlos III de España decide poblar la Patagonia. Es cuando Juan de La Piedra llega a las costas del Golfo San José, en playa Villarino, el 7 de enero de 1779, dando origen al Fuerte San José.
Según la información histórica, en Península Valdés se establecieron dos asentamientos: el Fuerte en sí mismo, situado en el extremo oeste del golfo San José, a 200 metros de la costa, y el Puesto de La Fuente o también conocido como Manantiales, situado sobre la margen sudoeste de la Salina Grande, a unos 30 kilómetros del primero. Los asentamientos del Golfo San José funcionaron desde 1779 a 1810, cuando fueron atacados y destruidos por un malón indígena.
A lo largo de los 31 años de ocupación, la población de la Península fue variando en número y estaba compuesta por personal militar, funcionarios, capellanes, peones y presidiarios. Dado que el Fuerte San José se enmarcó en el plan de poblamiento de la costa patagónica, tanto la geografía costera como la topografía entre Península Valdés y el Río Colorado fueron cartografiadas en detalle entre 1779 y 1781.
Estos relevamientos fueron encargados principalmente por Francisco de Viedma y Juan de la Piedra y realizados por Basilio Villarino y, en menor medida, Pedro García. En el marco de las Reformas Borbónicas, el rey español Carlos III toma la decisión de proteger y fortalecer su presencia en territorios indígenas en América. Este proyecto colonizador incluyó la instalación de cuatro enclaves en la costa atlántica patagónica.
El establecimiento del Fuerte San José
Los últimos días de 1778 se organizaron los primeros viajes desde España y a principios de enero de 1779 partieron desde Buenos Aires hacia la costa patagónica. El 7 de enero de 1779 Juan de la Piedra desembarca en la costa sur del golfo San José,
descubierto por él. Tras hacer reconocer las características topográficas de la península de Valdés, descubriendo Villarino los manantiales conocidos con su nombre y la Bahía Sin Fondo, a la que diera el nombre de Puerto Nuevo, dispuso la construcción del Fuerte de Candelaria, origen de la posterior Estancia del Rey, cuyas haciendas fueran las primeras introducidas en la Patagonia. En los primeros días, el piloto Don Basilio Villarino localizó la entrada al Río Negro, confundida hasta entonces con la del Río Colorado; fue también responsable del hallazgo más significativo para San José, el de los manantiales de agua dulce cerca de la Salina Grande en el interior de la Península.
En abril Francisco de Viedma salió con la mayor parte de la tripulación para instalarse en el Río Negro, donde fundará Nuestra Señora del Carmen en abril de 1779. Dejó a cargo del Fuerte San José a su hermano, Antonio Viedma, quien luego de enfrentar condiciones durísimas, por el clima, la calidad del agua y el malestar de la tropa, en septiembre abandonó el fuerte a manos del teniente Pedro García y seis soldados que permanecieron por decisión propia. Durante este período el esfuerzo mayor fue reconocer la zona y buscar los recursos básicos como el agua y leña.
De la Piedra fue el primero en informar en enero, relatando el establecimiento de los campamentos y la búsqueda de agua dulce, mientras Villarino se centró en el relevamiento de Bahía sin Fondo y en las desembocaduras de los ríos Negro y Colorado. Antonio Viedma, luego de abandonar el fuerte, argumentó desde Buenos Aires que San José era de peor calidad que San Julián por tener demasiado terreno salitroso. A partir de los informes y reclamos se observa que las duras condiciones y la partida de los comandantes de la expedición dejaron al Fuerte San José desprotegido, siendo constante la demanda por abastecimiento, así como los inconvenientes para obtener agua dulce.
Un monolito recordatorio del desembarco de 1779 de Juan de la Piedra fue erigido en Playa Villarino sobre el Golfo San José, en la costa. Juan de la Piedra vuelve hacia el norte, y el 30 de julio de 1784, en su calidad de Superintendente de la Costa Patagónica, se dirige por carta al Conde de Floridablanca, informando sobre las utilidades y desventajas de establecerse en dicha costa.
Arqueología en Fuerte San José
Un equipo de investigación arqueológica multidisciplinario del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) estudia los vestigios de los asentamientos del Fuerte San José y el Puesto de la Fuente, erigidos entre 1779 y 1810 en Península Valdés, para poder comprender los modos de vida, la complejidad de las relaciones interétnicas entre colonos y las poblaciones nativas y las estrategias de supervivencia en contextos de escasez y hostilidad.
La frontera sur del Virreinato también fue objeto de las reformas borbónicas, se crearon fuertes y misiones que intentaban sostener al Río Salado como límite frente a las poblaciones indígenas de Pampa y Patagonia. Para mediados del siglo XVIII, ya se había establecido un diálogo permanente con algunos líderes indígenas y un sistema
de intercambio organizado entre las producciones artesanales indígenas, el ganado y los productos españoles; sin embargo, era un frente de fricción constante.
Entre 1780 y 1785 el Virrey Vértiz toma una serie de medidas provocativas que resultan en una intensificación de los conflictos. El eje de las políticas borbónicas para la Patagonia, fue la creación del plan de colonización de la costa patagónica para el control del territorio a través de la creación de emplazamientos y la relocalización de poblaciones.
Los establecimientos fueron pensados como enclaves fronterizos por ser explícitamente defensivos, con ellos se esperaba reafirmar la presencia española frente a los avances ingleses en la región, que fueran resguardos en los puertos naturales y que actuaran de apoyo para la explotación de recursos marinos y de sal, disponibles en el área.
Las arqueólogas Silvana Buscaglia, del Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas (IMHICIHU, CONICET), y Marcia Bianchi Villelli, del Instituto de Investigaciones en Diversidad y Procesos de Cambio (IIDyPCa, UNRN-CONICET), trabajan hace más de veinte años en el estudio de la colonización española de la costa patagónica y, a partir del año 2014, sumaron al equipo a Solana García Guraieb, del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL), y a Augusto Tessone, del Instituto de Geocronología y Geología Isotópica (INGEIS, CONICET-UBA). En estos años, los integrantes del equipo han publicado numerosos trabajos sobre el asentamiento del Fuerte San Jorge.
En el caso específico del Fuerte San José, la historia académica lo ha definido tradicionalmente como asentamiento militar: una batería defensiva para evitar la invasión y/o presencia extranjera en las costas patagónicas, subsidiaria del Fuerte Nuestra Señora del Carmen. Dicha función como enclave militar lo relacionaba más a una frontera externa colonial que al frente interno con las diversas parcialidades indígenas.
¿Fueron sólo asentamientos militares que defendían el territorio de otras potencias coloniales? ¿Fueron parte de las dinámicas de producción e intercambio coloniales? y ¿en qué medida el plan fue impactado por las tensas y cambiantes relaciones interétnicas? Algunas de las preguntas que se plantearon los arqueólogos.
Parte del trabajo de los arqueólogos consiste en indagar críticamente las diversas fuentes y documentos históricos. Se analizó en detalle la producción académica argentina sobre el plan de poblamiento español, evaluando cuáles fueron las preguntas que guiaron la construcción de la historia del proyecto colonial de fines del siglo XVIII.
Se consideraron los contextos de producción, años y espacios de publicación, autores, temas y formas de abordar la historia colonial de la Patagonia. Los investigadores relacionaron estos aspectos historiográficos con los marcos explicativos utilizados, los procesos y los agentes históricos, en función de discutir las narrativas históricas
construidas. Los avances de la investigación mostraron un relato histórico que condensaba toda la explicación en la función defensiva colonial, resaltando más los límites del estado-nación del siglo XX que los del imperio colonial.
Gran parte de los archivos y documentos en relación a la costa patagónica se encuentran principalmente en el Archivo General de la Nación (AGN), así como también se han consultado documentos en otros archivos nacionales y extranjeros, principalmente en Brasil y España, entre otros. La investigación arqueológica conlleva a menudo encontrar más preguntas que respuestas. Una de las razones se debe a que muchas veces la documentación se encuentra incompleta o deteriorada.
Los investigadores se centraron en un período determinado (1778 y 1790) en función de las características mismas de la documentación y de las circunstancias históricas específicas. Aunque el fuerte se fundó en 1779 la evaluación de la situación geopolítica de la costa patagónica comenzó en 1778, con lo cual para evaluar la organización del plan fue necesario incorporar ese año previo.
“El Fuerte San José tiene algunas características especiales que lo diferencian del resto de los enclaves que se establecieron en la región. Fue un asentamiento precario, subsidiario del Fuerte Nuestra Señora del Carmen. Poco tiempo después, frente a la necesidad de agua dulce, fue creado el Puesto de la Fuente, un establecimiento complementario de carácter productivo situado en proximidades a la Salina Grande a unos 30 kilómetros del fuerte. Ambos asentamientos fueron habitados por una pequeña población militar que rotaba anualmente; perduraron por un período de treinta y un años, hasta que en 1810 las tensiones con las poblaciones indígenas desembocaron en un ataque, ocasionando la muerte de la mitad de sus ocupantes”, cuenta Buscaglia.
“Los establecimientos fueron pensados como enclaves fronterizos por ser explícitamente defensivos, con ellos se esperaba reafirmar la presencia española frente a los avances ingleses en la región, que fueran resguardos en los puertos naturales y que actuaran de apoyo para la explotación de recursos marinos y de sal disponibles en el área. Como la corona centralizaba el abastecimiento de las poblaciones y la única comunicación que tenían con el Río de la Plata era la vía marítima, cumplieron también la función de incorporar los puertos al sistema de intercambio colonial”, describe Bianchi Villelli.
En 1781 los esfuerzos de San José se centraron en mejorar las condiciones de vida, el fuerte se abasteció de víveres y efectos, se amplió la documentación administrativa sobre relevos de personal y el pago a capellanes. Tanto el Fuerte del Carmen como San José buscaron consolidar su posición: el primero afrontando tensas relaciones con las parcialidades indígenas, el segundo reclamando fuertemente agua, personal y herramientas.
En 1782 los establecimientos patagónicos quedaron bajo la mira nuevamente, en función del contexto del Virreinato. Debido a la revuelta de Túpac Amaru el Virrey Vértiz se vio imposibilitado de sostener los altos costos de mantenimiento de estas
colonias australes,31 por este motivo solicitó nuevamente una serie de diagnósticos e informes, a Fray Antonio Sánchez y Basilio Villarino, para evaluar la continuidad de los establecimientos patagónicos.
Es interesante observar que en 1779, cuando los diagnósticos fueron solicitados por el mismo Gálvez, el interrogante era la localización -por la disponibilidad de recursos locales básicos y la posición geopolítica. En cambio, en 1782 se vislumbraron otros intereses: a Fray Antonio Sánchez se le solicitó un informe de sus terrenos, calidad, extensión, frutos que produce o puede producir, aguas, temperamento, lluvias, puerto -entrada y salidas-, mareas. Su permanencia durante un año y medio en el establecimiento del Río Negro le permitió detallar todos estos aspectos; sin embargo, al no haber estado en Puerto San José no elevó reporte alguno sobre el mismo.
Basilio Villarino respondió en una carta a la solicitud de Francisco Viedma para que informe sobre el Río Negro, la dificultad de su navegabilidad, la barra de su boca; de San José y San Antonio, los frutos que ofrecen sus terrenos, las aguas, los indios y demás. Villarino estableció que la entrada del Río Negro, aunque complicada para grandes embarcaciones, no tenía imposibilitado su acceso para una escuadra enemiga.
A principios de 1783 desde el Río de la Plata, el Virrey Vértiz organizó con Gálvez el abandono de los establecimientos de la costa patagónica dados los altos gastos al erario que implicaba la guerra en el Perú; quedó exceptuado Río Negro y se restituyó a Juan De la Piedra en el cargo de comandante.
Los argumentos utilizados fueron los diversos Informes presentados hasta mayo de 1782 destacando el bajo rendimiento y la mala calidad de los terrenos. La indicación fue levantar San Julián y Puerto Deseado, reducir Río Negro a lo mínimo que subsista en el Fuerte y abandonar Puerto San José, por ser muy costosa la explotación de sal. En agosto de 1783 se envió la orden, pero no fue seguida en Río Negro ni en San José, sólo Floridablanca levantó el asentamiento en enero de 1784, luego de incendiarlo.
El fuerte que no fue
En los primeros acercamientos al sitio, las investigadoras consultaron mapas y distintas fuentes de información y detectaron discrepancias entre ellos. Por ejemplo, frente a la Isla de los Pájaros (Istmo Florentino Ameghino en la Península Valdés), existe hoy en día una réplica de lo que habría sido la capilla del fuerte San José construida con fines turísticos y conmemorativos de la gesta colonizadora. Sin embargo, a medida que avanzaron las investigaciones, se detectó que esa construcción está inspirada en realidad en la capilla colonial de la Ciudadela de Montevideo (Uruguay).
Debido a una confusión en los archivos entre la batería de Montevideo y el fuerte patagónico, ambos con el mismo nombre, los planos rioplatenses se asignaron erróneamente a Península Valdés. “Estábamos paradas en el campo y recordábamos los planos y notábamos un importante desfasaje con esa narrativa. Las verdaderas instalaciones del San José se realizaron con materiales precarios. Era un fuerte de
palos y cueros sin buenas condiciones de abrigo, alimentación y con escasez de agua dulce”, describe Bianchi Villelli.
Este es uno de muchos de los ejemplos de este tipo de contraste entre el relato histórico tradicional y la evidencia histórica y arqueológica: “La perspectiva de la arqueología histórica, que integra, por un lado, el examen crítico de la información documental y, por el otro, un abordaje interdisciplinario para el estudio de distintas líneas de análisis arqueológico y bioarqueológico, nos está permitiendo reevaluar los discursos tradicionales sobre un proceso complejo y multidimensional como es el colonialismo en Patagonia”, enfatiza Buscaglia.
Con respecto a las relaciones interétnicas, las investigadoras hacen énfasis en su carácter complejo y variable y en el dinamismo y reconfiguración constante de los vínculos interculturales a lo largo del espacio y el tiempo. “De este modo, en el caso del Fuerte San José observamos que desde el plano discursivo las referencias en Península Valdés muestran un gran vacío hasta 1787, al menos dentro del corpus documental relevado en el Archivo General de la Nación. En los últimos años de ocupación del Fuerte los documentos describen a las poblaciones indígenas como predominantemente hostiles y sus contactos con los pobladores del Fuerte se relacionan con agresiones físicas, muertes y robos”, aclara Buscaglia.
Conflictos interétnicos
Según los investigadores, Con respecto a las relaciones interétnicas, en San José las hostilidades comenzaron recién en 1787 y estuvieron vinculadas a negociaciones concretas en las que el fuerte, expuesto y sin defensa, fue un factor de presión sobre el establecimiento de Carmen de Patagones, que lidiaba con las parcialidades indígenas desde sus inicios en 1779.
También resulta significativa la ausencia de otro tipo de interacciones desde San José -comercio o intercambio, por mencionar algunas-. Recordemos también que en 1810 un malón sobre ambos establecimientos de la península selló el fin de la ocupación colonial; no obstante, es interesante advertir la necesidad de estudiar el desarrollo de las relaciones interétnicas durante los 31 años de funcionamiento del fuerte.
Como define Buscaglia para los primeros años de San José, la presencia indígena fue aislada y de baja conflictividad hasta 1787, cuando se iniciaron los avances sobre el Fuerte. El primero tuvo lugar en enero de 1787 y resultó en la captura de un soldado y el asesinato de un peón en algún paraje cercano al Fuerte San José.
La segunda incursión implicó también el robo de caballos, pero lo más llamativo fue la matanza de dieciocho bueyes. Se interpretó esta medida como hostil y desafiante, en tanto los bueyes eran el único medio de transporte para el agua. En el año siguiente las hostilidades aumentaron, resultando en la detención del Cacique Julián en San José -acusado de poseer un caballo robado a Francisco Medina durante el 1787.
En 1788 dichas hostilidades llevaron a generar propuestas de traslado del Fuerte hacia la angostura de la península con el fin de tener una posición más estratégica. Francisco
Lucero, comandante de San José, propuso la mudanza del asentamiento a la angostura en función de la tropa poco calificada, la escasez de recursos, el mal estado de los animales de carga y de las construcciones. Hizo el listado de lo que necesita para mudar el Fuerte: materiales para construir habitaciones de tapia, cañones, carretas y herramientas para el acarreo de agua y sal.
Durante 1789 la presencia indígena mantuvo la presión sobre las condiciones de vida en el Fuerte, con avistajes a distancia, así como con intentos de malones en abril y septiembre. Se instaló la preocupación hasta llegar a oídos del Virrey Loreto, quien advirtió mejorar la vigilancia, aunque una vez más esto no implicó la mejoría en las condiciones de habitación, abastecimiento y ni incremento en el número de la tropa.
Un final anunciado
El Fuerte San José mantuvo su actividad por espacio de 31 años, desde su fundación en 1779 hasta agosto de 1810. Su desalojo y posterior destrucción no respondió al cimbronazo geopolítico que produce la Revolución de Mayo, al iniciar el proceso de ruptura con la Corona española que da paso a la formación de la Primera Junta de Gobierno integrada por funcionarios criollos, sino que fue la conclusión de una escalada conflictiva entre agentes coloniales y poblaciones indígenas, en su mayoría tehuelches, de la Patagonia meridional.
En agosto de 1810, durante la celebración de una misa, los indígenas irrumpen sorpresivamente y prenden fuego a la capilla, matan a trece soldados, al cirujano y al cura, se llevan diecinueve prisioneros que distribuyen entre varios caciques y destruyen el villorrio. Cinco cautivos llevados a la toldería por veinte tehuelches, en un descuido de sus captores logran armarse con un cuchillo, un asador, una espada y dos fusiles y los matan, emprendiendo el regreso al Carmen donde avisan de la tragedia.
Ese ataque – se refirió – fue una respuesta vengativa al mal trato del comandante del Fuerte del Río Negro, Antonio Aragón, quien, ante el rapaz comportamiento de los indios no halló mejor método correctivo que pegarles feroces palizas. Los tehuelches, que le temían, se desquitaron con los desamparados colonos de San José. Por su parte, Juan de la Piedra, fue procesado en Buenos Aires en 1779 por no acatar la directiva de poblar San Julián, por su irresponsabilidad en el Fuerte San José y por violar la correspondencia que los hermanos Viedma le enviaban al virrey. Entre mucho papeleo, acusando y apelando, pasaron cuatro años, tras los cuales Juan de la Piedra fue absuelto. Durante su proceso, Antonio de Viedma encabeza un contingente cuya misión es poblar y fortificar la bahía de San Julián
El Fuerte San José se estableció entre prueba y error, dejando de lado la posibilidad inicial como asentamiento agrícola estable; su población resultó mayormente masculina y militar, con un régimen rotativo e incluso con variación en el número total de personal. Sin planificación, su situación se fue precarizando a la vez que fue reconfigurándose y redefiniéndose en la práctica. Se debatió constantemente entre el aislamiento, la dureza del clima y la falta de abastecimiento; sin embargo, se sostuvo en el tiempo y desde su funcionamiento en la práctica se produjeron distintas propuestas económicas y estrategias coloniales, algunas de las cuales vieron la luz.
“El establecimiento de colonias implicó la apropiación de territorios ocupados por poblaciones indígenas desde miles de años atrás. En el caso del Fuerte San José esto pudo haber incidido en el fin del fuerte. Desde nuestro punto de vista esto tiene que ver con un muy mal manejo de parte de los agentes coloniales”, explica Buscaglia, que nuevamente apunta a desmitificar un sentido común generado en torno a las colonias españolas.
Según reconstruye la arqueóloga, inicialmente la relación entre ambos grupos se dio de manera pacífica, en parte porque la intrusión de los agentes coloniales no fue violenta, pero también las poblaciones indígenas tenían un cúmulo de experiencias previas vinculándose con los primeros pobladores patagónicos, de modo que ya estaban habituados a establecer negociaciones o procesos de intercambio. La interacción se tornó conflictiva por distintos factores que enumera Buscaglia: “Uno de los errores que desencadena la conflictividad es el arresto de un cacique muy respetado cuyo traslado al Fuerte Nuestra Señora del Carmen termina en asesinato, ahí empieza a generarse un malestar entre las poblaciones indígenas”.
Por último, Buscaglia señala un detalle no menor que aportó lo suyo al descalabro y selló para siempre el destino del establecimiento ultramarino: “El Fuerte atravesó muchos periodos de carencia porque no fue bien abastecido por parte de la empresa colonial, entonces tampoco tenía recursos materiales para agasajar a los indígenas, algo que formaba parte de los protocolos durante el proceso colonial, de esta manera brindaba una imagen más de pobreza en comparación a los otros establecimientos”.
Fuentes
Conicet-Cenpat
Archivo General de la Nación (AGN)
“Patagonia: leyenda y realidad”, Roberto Hosne.