"Feliz Domingo de Ramos": el Papa Francisco saludó en público en la Plaza San Pedro
Aun convaleciente, hizo una salida de diez minutos al final de la misa de Ramos que celebró su compatriota, el cardenal Leonardo Sandri; fue aclamado por la multitud al desear a todos una buena Semana Santa
El papa Francisco no defraudó: tal como se esperaba y sin que hubiera sido anunciado, reapareció este domingo en la Plaza de San Pedro poco antes del mediodía, al final de la Misa de Ramos, celebración solemne que abre oficialmente la Semana Santa. Tal como se había adelantado, la misa fue presidida por su compatriota, el cardenal Leonardo Sandri, vicedecano del Colegio Cardenalicio y concelebrada por cardenales y obispos.
A diferencia de la sorpresiva reaparición del domingo pasado al final de la misa por el Jubileo de los Enfermos, esta vez el papa Francisco, de 88 años, no llevaba cánulas nasales, otro fiel reflejo de sus leves y graduales mejoras.
"¡Feliz Domingo de Ramos y feliz Semana Santa!", logró decir cuando le alcanzaron un micrófono. Entonces ostentó una mejor voz con respecto a la de hace una semana, más clara, gracias a la fisioterapia respiratoria que está haciendo a diario. Con su presencia, de lo más esperada y sus palabras, Francisco provocó una catarata de aplausos y gritos de júbilo entre los 20.000 fieles presentes, que lo aclamaron agitando los ramos de olivos, símbolo de la ceremonia que abre la Semana Santa. "¡Viva el Papa!", fue el grito de la multitud, que ni bien lo vio aparecer en silla de ruedas en las pantallas gigantes, comenzó a aplaudir.
Como sucedió el domingo pasado, Francisco, de 88 años, llegó a la Plaza al final de la ceremonia, pasando antes por la Basílica de San Pedro, acompañado por su enfermero personal, Massimiliano Strappetti y por uno de sus secretarios privados, el sacerdote argentino Juan Cruz Villalón.
En una salida que duró unos diez minutos, como seguramente le deben haber pedido los médicos, además de hacerse presente ante la multitud con unas palabras, saludó al cardenal Sandri, prefecto emérito del Dicasterio para las Iglesias Orientales, de 81 años, que conoce desde hace décadas, a los demás cardenales presentes y a quienes estaban en la primera fila del sector del sagrato. Estrechó manos y hasta bromeó con algunos conocidos, fiel a su sentido del humor porteño. Aunque aún eran visibles las dificultades de la convalecencia y se veía colgada detrás de su silla de ruedas una botella para el oxígeno.
Francisco estuvo internado en el hospital Gemelli por una neumonía bilateral desde el 14 de febrero pasado hasta el 23 de marzo. Sus médicos, que le prescribieron una convalecencia de al menos dos meses, contaron que en dos ocasiones estuvo a punto de morir. Y resulta evidente que esta hospitalización, la más larga y grave de su pontificado, significó para él un antes y un después.
Tal como estaba previsto, durante la misa, que comenzó como siempre con una procesión con palmas y ramas de olivo alrededor del obelisco de la Plaza de San Pedro y contó con bellísimos coros, el cardenal Sandri leyó una homilía preparada por el Papa.
La homilía giró alrededor del significado del Domingo de Ramos, que recuerda cuando la multitud aclama a Jesús al entrar a Jerusalén y el gesto de Simón de Cirene, llamado el Cireneo, que de repente se ve obligado a ayudar a Cristo a cargar su cruz durante el calvario.
"Sigamos ahora los pasos de Simón, porque nos enseña que Jesús sale al encuentro de todos, en cualquier situación. Cuando vemos la multitud de hombres y mujeres que manifiestan odio y violencia en el camino del Calvario, recordemos que Dios transforma este camino en lugar de redención, porque lo recorrió dando su vida por nosotros", recordó Sandri, delegado por el papa Francisco a reemplazarlo en la ocasión.
"¡Cuántos cireneos llevan la cruz de Cristo! ¿Los reconocemos? ¿Vemos al Señor en sus rostros, desgarrados por la guerra y la miseria? Frente a la atroz injusticia del mal, llevar la cruz nunca es en vano, más aún, es la manera más concreta de compartir su amor salvífico", añadió. "La pasión de Jesús se vuelve compasión cuando tendemos la mano al que ya no puede más, cuando levantamos al que está caído, cuando abrazamos al que está desconsolado", explicó.
"Hermanos, hermanas, para experimentar este gran milagro de la misericordia, decidamos durante la Semana Santa cómo llevar la cruz: no al cuello, sino en el corazón. No sólo la nuestra, sino también la de aquellos que sufren a nuestro alrededor; quizá la de aquella persona desconocida que una casualidad -pero, ¿es justo una casualidad?- hizo que encontráramos. Preparémonos a la Pascua del Señor convirtiéndonos en cireneos los unos para los otros", concluyó.
En un domingo de cielo gris, el clima era templado, algo ventoso y cálido: de repente salía el sol, aunque en un momento también lloviznó. Los fieles, vista la presencia de guardias suizos, tenían grandes expectativas de una aparición del papa Francisco, que, al final, no les falló. Y dejó en claro que, aunque para él será una Semana Santa muy distinta, limitada, no estará ausente.
Fuente: La Nación