Historias de Patagonia: Las dos historias del gaucho Rivero

“A donde me llevan…?”, grita enfurecido el hombre mientras arrastra los grillos y cadenas que momentos antes le han colocado los soldados ingleses que ocupan las Islas Malvinas. Se trata de Antonio Rivero ese gaucho que mantuvo en vilo por espacio de casi un año a los habitantes del archipiélago usurpado.

*Mario Novack 



Los ojos renegridos del hombre observan la bodega de la goleta “Beagle” que los traslada a él y sus compañeros detenidos, para ser juzgados en Londres. En la embarcación viajan también otros dos gauchos: Juan Brasido, y José María Luna; más cinco indígenas charrúas: Luciano Flores, Manuel Godoy, Felipe Salazar, Manuel González y Pascual Latorre. Tanto Rivero como los otros siete, eran analfabetos.



Todo había comenzado un 26 de agosto de 1833, cuando un grupo de peones al mando de Rivero y armados con facones, boleadoras y algún mosquete decidieron actuar por sorpresa, aprovechando la ausencia del teniente Lowe y sus hombres, que se habían alejado por mar en una expedición de caza de lobos marinos. Bajo su accionar cayeron muertos el administrador del archipiélago William Dickson, Matthew Brisbane, Juan Simón, y otros dos colonos: Ventura Pasos y el alemán Antonio Wagner. 



Pero aquí es donde la historia se vuelve contradictoria con relación a los motivos de estos crímenes y la defensa de la soberanía rioplatense ( hoy argentina ) de las islas australes. Durante muchos años se ha insistido en calificar a este hecho como una “gesta patriótica de defensa soberana” ante el invasor inglés.





Pero los propios documentos reunidos en el Archivo General de la Nación no dejan bien parados al ex gobernador Luis María Vernet quien sostiene que sus empleados “fueron asesinados por un grupo de indios y marineros prófugos “.



Y como siempre, se produce una grieta en las opiniones históricas. Una  – que cobró gran relevancia en los últimos años – y reivindica como “un patriota” al joven gaucho Antonio Rivero, de 26 años en ese entonces,  por luchar para recuperar la soberanía sobre las islas y otra que se opone a estos motivos.



Lucas Potenze, profesor de Historia e Historiador sostiene en cambio que “ el desenlace sangriento de estos episodios tuvo una motivación meramente económica a la par del maltrato a que eran sometidos los peones por parte de los delegados de Vernet, que habían quedado a cargo de la colonia asentada en Puerto Luis, aún luego de la ocupación inglesa.



Luego de la prepotente irrupción de Inglaterra en Puerto Soledad, con la que se inició la ocupación inglesa de las islas, la fragata Clío se retiró y quedando absolutamente desprotegido el lugar, sin nada parecido a un gobierno. 





Lo que quedaba era un puñado de personas entre los colonos llevados por Vernet, algunos de los cuales eran gauchos rioplatenses que habían sido contratados por su habilidad para trabajar con el ganado cimarrón, un segundo grupo estaba formado por indios, otros eran negros esclavos a quienes se les había prometido la libertad tras un período de trabajo y algunos colonos de distintas nacionalidades, entre los que habían mujeres y niños.



El ex gobernador (Vernet) aspiraba, con todo derecho, a conservar por lo menos la concesión recibida del gobierno de Buenos Aires y el capital que allí había invertido, tanto en dinero como en ganado. Por lo tanto, ni bien tuvo noticias de lo ocurrido con la invasión inglesa, envió a uno de sus hombres de confianza, el británico Mateo Brisbane, como su delegado. Junto con el capataz, el francés Jean Simón, eran lo más parecido a una autoridad, en aquellas islas dos veces invadidas, a quienes debemos sumar a Guillermo Dickson, el despensero irlandés a quien Onslow, el capitán de la Clio, había encargado izar la bandera británica los domingos y cuando algún barco se acercara al puerto.



Resultaba difícil poner orden en aquel lugar, a lo que se agregaba la falta de dinero, por lo que el establecimiento se veía obligado a pagar a los gauchos con bonos que éstos debían cambiar en su propia proveeduría. Los gauchos, en su momento, se habían negado a trabajar si no se les pagaba en oro o plata, pero ante la negativa del capataz, Simón, debieron soportar dichas condiciones al no tener a nadie a quien recurrir en las islas.



Existe un diario atribuido al despensero Dickson donde narra algunos sucesos ocurridos en el establecimiento entre abril y agosto de 1833; allí contabiliza varias muertes ante la falta total de atención sanitaria, peleas producidas por el exceso de alcohol y, en general, una situación de desorden que no hacía presagiar nada bueno. 



 





Según los testigos que luego declararon, no hubo pelea ni nada parecido sino que se trató de un ataque por sorpresa a personas desarmadas que estaban tranquilamente dedicados a sus faenas. Según el testimonio de Thomas Halsby, empleado de Vernet, Brisbane fue asesinado en su casa junto al capataz Simon, quien se encontraba salando cueros; luego se dirigieron a la casa de Antonio Wagner a quien mataron en la puerta e hirieron a Ventura Pazos quien intentó huir malherido pero no pudo evitar que lo remataran. Saquearon las casas de Brisbane y de Dickson, el almacén y se apoderaron de todas las armas y municiones disponibles, excepto las que en ese momento tenían los hombres de los botes.



Después de estos sucesos, los amotinados aparentemente no supieron cómo continuar. El informe elaborado por el Almirantazgo británico –principal fuente de la que disponemos– dice que la mayoría de los sobrevivientes, aterrorizados por lo que pudiera pasar, tras enterrar a los muertos se retiraron en botes hacia la isla Hog, ubicada en la bahía, donde podían organizar alguna defensa contra posibles ataques de la gente de Rivero. En cuanto a los amotinados, no sabemos que se proponían aunque hay indicios de que poco después de la tragedia, sólo aspiraban a conseguir una nave con la que huir al continente.



El 7 de enero de 1834, un año después de la usurpación inglesa, llegó a Puerto Soledad la nave de guerra inglesa Challenger, dejando en tierra al teniente Henry Smith junto a media docena de soldados con el encargo de prender a los asesinos, quienes se habían internado en la isla y que, a pesar de su precariedad de medios, tenían la ventaja de contar con los únicos caballos de la isla. 



El día 27, Rivero se pone en contacto con Smith diciendo que si le otorgaban el perdón, se comprometía a entregar los caballos y a cooperar para capturar a los otros y aprehender al verdadero instigador de la tragedia que habría sido “un inglés” (esta es la primera y única vez en que se habla de un instigador externo). 



El teniente responde a Rivero que si se entrega hará uso de su influencia con el comandante en jefe para que intercediese respecto a la clemencia del gobierno británico, y tras unos días de negociaciones el gaucho se entrega el 18 de marzo, coincidiendo con el retorno del Beagle al puerto de Malvinas.



Rivero y su grupo fueron trasladados a Inglaterra y sometidos a juicio de acuerdo a las leyes locales. Dados los crímenes cometidos, parecía inevitable que fueran condenados a la pena capital pero, por motivos que desconocemos (aunque es verosímil suponer que estuvieron relacionados con cuestiones diplomáticas y el poco entusiasmo del gobierno británico de complicar aún más la disputa que se había iniciado con las Provincias Unidas), no se dictó sentencia y los acusados fueron trasladados a Montevideo, evitando dejarlos en Buenos Aires, quizá porque esto hubiera podido entenderse como un reconocimiento de la jurisdicción argentina sobre Malvinas.





Frente a los hechos protagonizados por Rivero, se abren dos interpretaciones: una, la más fundada en los documentos existentes, que es la que sostiene la Academia Nacional de la Historia en un dictamen firmado entre otros por Ricardo Caillet Bois, el autor de la obra más y mejor documentada sobre las islas, dice que la acción de los gauchos fue un simple asesinato y que la causa del disgusto fue que les pagaran su sueldo en pesos papel en lugar de plata, como habían convenido anteriormente, lo que no les servía para comerciar con los buques que atracaban en el lugar. En un enclave donde no existía autoridad política y en medio de la confusión producida por la agresión norteamericana y la ocupación británica, llegó un momento en que los gauchos argentinos resolvieron acabar con todo lo que se pareciera a una jerarquía, pero que en esta acción, a pesar de que cuatro de las cinco víctimas eran extranjeras, cuesta encontrar un objetivo patriótico o reivindicación de la soberanía argentina en las islas. Hay quienes dicen que Rivero levantó el estandarte argentino durante más de cien días y lo consideran un patriota, pero no hay ningún testimonio que así lo afirme; inclusive es más que probable que no tuvieran una bandera ni material para confeccionarla. 



El heroísmo de Rivero fue incrementado por historiadores como José María Rosa quien cita “ después de ser apresados se les hizo un proceso en el buque Spartiate, de la estación naval británica de América del Sur. Tan inicuo, que el almirante inglés no se atrevió a convalidarlo, y prefirió desprenderse del asunto desembarcando a Rivero y los suyos en la República Oriental del Uruguay. El cabecilla fue dado de alta en el ejército argentino por Rosas, para morir, como era su ley, el 20 de noviembre de 1845 peleando contra los ingleses en la Vuelta de Obligado. 



Esa fue la vida del gaucho Rivero. Nuestros académicos entienden que “sus antecedentes no son nada favorables para otorgarle títulos que justifiquen un homenaje”. Basándose en interrogatorios en inglés del curioso proceso, nos aclaran que era un gaucho peleador, tal vez de malos antecedentes, y que se juntaba con antiguos confinados. Pero también Martín Fierro era un gaucho peleador, de malos antecedentes, y que se juntaba con matreros como él”, concluye diciendo José María Rosa..



Lo cierto es que la figura de Rivero comienza a ser destacada a partir del accionar del grupo Cóndor que el 28 de septiembre de 1966 secuestra un avión de Aerolíneas Argentinas desviándolo a Islas Malvinas. Al llegar descienden en una cancha de carreras de caballos que era lo más parecido a una pista de aterrizaje. El grupo de jóvenes que integraba el Grupo hizo conocer a todos que la capital malvinense debía ser rebautizada como Puerto Rivero, en homenaje al gaucho patriota. Como sea, hoy la historia sigue ofreciendo distintas visiones.