Historias de Patagonia: La muerte de Juana Moreyra

“Ahora estoy recordando. A esa mujer la encontramos muerta con un tiro en la sien derecha” dice el gobernador Germán Vidal, ante la atenta mirada de una joven chilena que le pregunta por una tal Juana Moreyra.

*Mario Novack 



“Tendría su edad más o menos. Porque le interesa tanto esa causa ?. Yo ahora estoy a cargo de la gobernación, pero igualmente la puedo poner en contacto con los policías y civiles que actuaron en el caso”, responde el mandatario.

La joven que ha logrado, merced a las gestiones del Consulado de Chile en Río Gallegos,  reunirse con la máxima autoridad del Territorio Nacional de Santa Cruz permanece en silencio.  Hay una pausa larga, pesada, incómoda, hasta que sus palabras estremecen al gobernante.



“Ella era mi madre, a quien no conocí, pues quedé a cargo de mi abuela en Punta Arenas mientras ella tentaba suerte aquí, en Argentina.  Ahora que soy mayor he decidido investigar, saber cómo fue y si finalmente se trató de un suicidio o un crimen”, dice la mujer.



Corre el año 1923 y los últimos fríos del invierno se despiden con el arribo del esperado mes de septiembre, el de los brotes que trae la llegada de la primavera. El amplio escritorio ejemplifica la distancia que existe entre ambos, por la edad, la nacionalidad y los sentimientos.



Germán Vidal ha sido puesto a cargo de la gobernación luego de las convulsionadas huelgas rurales que culminaron con el fusilamiento de un millar y medio de peones en los campos de Santa Cruz. Este episodio se mantiene aún fresco en la memoria de los escasos habitantes del vasto Territorio.



El hombre se levanta del enorme sillón que domina su despacho y avanza hacia el amplio ventanal para correr las cortinas  y permitir la entrada de los rayos de ese tibio sol primaveral, mientras va ordenando recuerdos en su mente.



“Fue un 17 de julio de 1902 el hecho. Ni quiera imaginar el frío impresionante que hacía en la ciudad. Bueno decir ciudad es mucho, porque por entonces era un caserío que cumplía poco más de 17 años de su fundación. Había en ese entonces poco menos de 400 habitantes y una tendencia a crecer que se mantuvo a lo largo del tiempo. El crecimiento trajo nuevas cosas y también muchos conflictos”, dice el abogado.



“A esa mujer, que se llamaba Juana Moreyra, la encontramos muerta con un tiro en la cabeza. Yo lo caratulé como muerte dudosa al caso, porque no se encontró ninguna carta que anticipara la decisión, ni tampoco hubo manifestaciones depresivas de acuerdo a lo dicho por quienes la conocían”,  señala Vidal mientras rememora lo sucedido.



“Perdón…a todo esto me recuerda su nombre ?. Es que de pronto el caso me vino a la memoria, pero como es muy impactante no recuerdo su nombre”, dice en tono de disculpas Vidal.



“Me llamo Ana Moreyra, nací en Punta Arenas el 15 de febrero de 1901 y cuando mi madre se vió obligada a buscar nuevos horizontes llegó hasta aquí para concretar sus sueños”, acota la joven.



“Yo crecí preguntando que había sucedido con ella, porque siempre existieron las versiones más diversas. Que no se suicidó, sino que la mataron por despecho porque rechazaba a un pretendiente alcohólico y violento. Otras mujeres chilenas le contaron a mi abuela que ella fue despedida de su empleo de mucama en una casa de una familia adinerada de Río Gallegos y pretendieron captarla para llevarla a prostituirse”, sostiene la joven. 





El ex juez vuelve a sentarse frente a la joven Ana para continuar con su relato  “desgraciadamente a veces ha sido el destino de muchas mujeres de las más diversas condiciones y nacionalidades” sostiene interrumpiendo el gobernador Vidal. “Recuerdo que varias de ellas se alojaban en el Hotel Internacional. En ese entonces habría unas cincuenta casas en total, contando los edificios de organismos públicos”.



“En esos tiempos el jefe de policía era don Julio Duarte un hombre muy responsable y campechano que a lo mejor no tenía los conocimientos profesionales de las policías de las grandes urbes. Recuerdo que se investigó durante varios meses y luego se concluyó en la hipótesis del suicidio, porque todo conducía a esa posibilidad”.



“Hasta el gobernador por entonces, el señor Matías Mackinlay Zapiola puso énfasis para que el caso fuera investigado y esclarecido. Me acuerdo que estábamos con la instalación del telégrafo que pronto iba ser inaugurado y hasta celebrábamos la posibilidad futura de la línea de telefonía que uniera ambas ciudades”, aclara Vidal.



La joven Moreyra escucha con suma atención la charla que se ha extendido más allá de lo protocolar por lo profundo del tema. De pronto ingresa el secretario de la gobernación, Julio Berdera recordándole al gobernador la reunión pactada para las 18 horas con la Sociedad Rural.



“Bueno Ana, dígame que otra cosa necesita,  en lo que pueda serle útil no dude en decirme, si necesita que le cubramos los gastos de alojamiento o llevarla donde usted necesite”, ofrece Germán Vidal.



La respuesta llega rápida cuando ella le aclara que “no hay problemas en contar con su colaboración, para seguir investigando. Con respecto al hospedaje no se preocupe, porque estoy alojada en casa de unos compatriotas que hace tiempo viven aquí. Prefiero estar allí, porque también el Consulado me ofreció hospedaje, pero le repito prefiero la contención y el contacto familiar”.



La joven se retira luego de saludar a las autoridades y comienza a recorrer las calles pedregosas de Río Gallegos. Las luces que comienzan a encenderse en las calles de la ciudad le indican que ha llegado la hora de retornar a sus hogares a los habitantes del lugar.



La charla en casa de los Cárdenas, familia que la aloja, está desbordada por la  ansiedad de saber que pudo conocerse luego de la reunión con el gobernador Vidal, por entonces juez del caso. 



Ana comenta detalladamente el encuentro y anticipa que “mañana iré a la Gobernación, ya que me darán acceso a la documentación de la causa y espero saber más de lo ocurrido a mi madre”.



Le cuesta conciliar el sueño esa noche, movilizada por lo conocido y la ansiedad que le provoca continuar su búsqueda que la conduzca a la verdad. Todo es cercano en Río Gallegos y haciendo gala de su puntualidad más absoluta Ana Moreyra vuelve a ingresar a la Casa de Gobierno a las 9.30 de ese jueves 18 de septiembre, tal como había sido acordado.  



El secretario Julio Berdera la recibe y al mismo tiempo que la saluda comienza a presentarle a ex efectivos de la entonces Gendarmería Fronteriza que se desempeñaron por entonces en la investigación del caso.



Lo que sigue por varios días es una serie de reuniones, lectura de las actuaciones y la frustración con la duda que no solo sobrevuela, sino que pretende instalarse en su convencimiento: se ha tratado de un suicidio. 

En contrapartida se siente observada por dos hombres que la han seguido casi desde su llegada a Río Gallegos. Con la escasa confianza que se puede lograr en pocos días se atreve a preguntarle al escribiente Julio Escalante por ellos, quienes son esos hombres de presencia permanente tras sus pasos.



“Son gente de los de las casitas, de los prostíbulos”, dice casi en secreto el joven gendarme. Un ingrediente más para la duda, si se ha tratado de un suicidio porque tanta intimidación ?”, se pregunta para sí Ana.



Y llega al fin al momento de la partida, ella intuye alivio en mucho de sus atentos anfitriones, como cuando se despiden de una molesta presencia. El momento del abrazo con Delia la mayor de las hijas de los Cárdenas que la acompañó durante su estadía en Río Gallegos.



Cuando ingresan al Consulado de Chile para emprender su retorno, Delia Cárdenas se encuentra con una mujer mayor que la saluda y a quien le comenta “ésta es Ana, la hija de Juanita con quien compartiste la habitación del Hotel Internacional”. 



La mujer mayor la mira fijamente y observa cuando Ana Moreira toma su valija, abriéndola para buscar la documentación que debe presentar en la oficina consular. “Así que eres zurda como tu madre, por eso jamás creí lo del suicidio”, añade la compañera de su madre.



Ana se despide en silencio, ese mismo silencio que la acompañará hasta su llegada a la capital de Magallanes. De Río Gallegos sólo trajo dudas y sospechas y una certeza: ese balazo en la sien derecha de Juana Moreyra segó su vida a la medianoche de un 17 de julio del año 1902.