"A Río Gallegos, a pesar de que para todo el mundo es un lugar espantoso, yo lo llevo en mi corazón"

Mario Markic es un periodista de extensa trayectoria, presenta apasionado un clásico televisivo que enhebra vidas, y paisajes, desde la Puna a Malvinas.

“Los periodistas somos contadores de historias”, sostiene Mario Markic, periodista,  docente y artífice de “En el camino”, uno de los ciclos documentales señeros de la televisión nacional. “En el programa, el interés es casi literario o sociológico, más que hablarle a determinado público, como pasa en un noticiero. Esto enlaza con mi vocación, en la cual siempre me interesó un costado humano, en un segundo plano el interés personal. Nunca fue mi intención tampoco ser famoso por la profesión”, señala el comunicador que obtuvo diez premios Martín Fierro, siete por el envío semanal, incluido el Oro en Cable, y fue nombrado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires.  



“'En el camino' es un clásico de la televisión argentina no tanto por la popularidad, sino por el prestigio obtenido”, acota quien nos sube a su camioneta con historias fabulosas como la del Hotel Edén, en La Falda, o enraizadas con el ser argentino, en La Pampa de René Favaloro. “En estos 26 años recibimos varias distinciones importantes como son los premios Tato, el premio más importante de la Cámara de Senadores, diploma Konex y Santa Clara de Asís. Y eso que no lograra tanta popularidad, me pone muy contento, porque los programas populares no me gustan simplemente por serlo. Tienen que tener más ambiciones y buscar algún impacto social. Mis programas comparten historias, relatos, imágenes y paisajes que no son tóxicos y que ayudan a conocernos mejor”, remata el santacruceño que es una de las caras de la señal líder de noticias, TN (Todo Noticias).



A mediados de los noventa usted tenía una sólida experiencia en los medios gráficos, ¿cómo surge con un documental de la pantalla chica que recorra el país?

Antes del debut televisivo, yo tenía completamente en mi cabeza qué quería contar porque lo había trabajado bastante en la gráfica. Esto mismo lo hice para las revista Gente, Siete Días y La Semana en los ochenta, cuando lo que yo básicamente hacía era tomar el mapa, y elegir un punto lejano. Cazar historias -de hecho su debut en TN fue con “Cazador de Historias” en 1993-. Allí sopesaba el esfuerzo que implicaban esos viajes,  y me daba pena no tener una cámara de televisión. Yo podía escribir la mejor crónica, y sacábamos fotos espectaculares, pero la industria gráfica argentina no tiene un papel ilustración bueno. Entonces observaba cómo se desperdiciaba la calidad fotográfica, no por una cuestión profesional, sino por cómo llegaba al kiosco.



Además imaginaba que era atractivo contar el viaje, y no solamente el lugar donde llegábamos. Muchas veces el viaje tiene más aventuras reservadas que el destino final. Así que cuando empecé trasladé esas experiencias que cargaba a la pantalla. Solamente tenía que buscar el formato y recurrí a un programa que me gustaba mucho de chico, “Ruta 66” Aquella serie norteamericana tenía dos personajes que vivían historias de pueblito en pueblito. En mi versión, llego solo con mi auto para invitar a la gente que me acompañe. Pero con las mismas ganas de contar una historia única e irrepetible.



¿Cómo elije destino?

Más que lugares a veces voy a buscar personajes pero también surgen cosas en el mismo trayecto. Por ejemplo  parto con el objetivo de visitar tal ruina misionera, o conocer a la mujer que inspiró un carnavalito en la Puna, pero en el medio me he encontrado con historias más poderosas, en los millones de kilómetros hechos. Sin embargo planteo un lugar de entrada con el canal porque yo trabajo a una empresa periodística, y no hago turismo. A la empresa con lógica únicamente le interesa que la cámara, y el periodista, vuelvan lo antes posible.



Además usted en la empresa integra otros equipos como el de Telenoche Investiga…

Desde que empecé con el programa hice periodismo en otros frentes,  tanto en TN como en Canal 13. Nadie tiene coronita.  Y te pueden asignar a otras tareas por más que tengas un ciclo que algunos consideran clásico. No olvidemos que estamos trabajando dentro de una empresa con fines de lucro.



Sin embargo creo que “En el camino”, que ha tenido hasta una edición en  DVD, cumple una misión social o cultural, ¿qué piensa?

En tantas temporadas hay mucha gente que encuentro en la ruta y asegura que recorrió tal lugar porque vió tal historia en el programa. O familias que se conocieron usando mis indicaciones de guía. O parejas que se fueron de luna de miel porque se enteraron por mí de un paraje desconocido. De las historias que cuentan las que más me interesan son aquellas donde veo que les inspiré otro tipo de esparcimiento, más allá del bienvenido viaje de descanso. O que descubrí otros nichos de interés del turismo, caminos de tierra, caminos adicionales, caminos vecinales, aldeas encantadas, pueblos mágicos, altura, selvas, ríos. Siento que logré conectar a muchos argentinos con algo que evidentemente estaban buscando. Por suerte ese interés de aprender crece más en los viajeros. Estoy orgulloso que el programa sea una referencia.



Los dos libros de “Misteriosa Argentina” (Editorial El Ateneo),  “Patagonia de puño y letra” (Editorial Sudamericana) y “Cuadernos del Camino” (Editorial La Marea) también sirven de puntos cardinales, aunque aparece más clara la veta literaria y sociológica suya.

Es que en los libros puedo utilizar más códigos literarios que en la televisión. Para mí la escritura siempre es la base, incluso ahora que soy docente de radio (Universidad de Belgrano), a mis alumnos les hago escribir guiones, cosa que ya no se hace, pero me parecen fundamentales para mejorar la calidad de la comunicación. Claro que en los libros puedo explayarme un poco más. Tengo la costumbre de hablar largo, cosa que en la televisión debo acomodarme a los tiempos. Vengo de una escuela de notas largas. Me acuerdo cuando fui prosecretario de redacción de la revista Noticias, y redactaba las notas políticas de tapa,  aquellas eran notas mucho más largas que las que se suelen imprimir hoy.  



¿Y cómo se adaptó a los requerimientos televisivos en aquel primer programa?

Porque nació este proyecto para ser breve. Era un segmento dentro del Telenoche de verano. Una época donde había dinero en producción, se vivía la fantasía del 1 a 1, y se podía trabajar con tranquilidad. Eran notas que no superaban los 5, 6 minutos. Así que empecé con un proyecto que tenía largamente planeado pero que sin los recursos del 13 era imposible. Decidí entonces visitar Tierra del Fuego para una historia de naufragios, en un lugar inaccesible, al que tenés que llegar en cuatriciclo y acampar a la noche. Después hicimos una larga excursión por el Cabo de Hornos, que creo nunca más podré repetir, ni siquiera por mi cuenta. Eso fue la famosa serie donde apareció el último ona de Tierra del Fuego, en ese verano entero que trabajé en la Patagonia. Cuando vuelvo a Buenos Aires se lanzaba la señal de noticia y el gerente consulta si se podía hacer un programa con mis historias. Claro, respondí, que se puede, pero hay que seguir viajando por todo el país.  Y dedicarle mucho más tiempo a producción. Así empezó “En el camino”, como un programa de media hora de un canal que todavía no tenía el vértigo actual. Hoy no podría estar en la semana por la cantidad de noticias que se generan, aunque reconozcamos que la mayoría son insustanciales. Una hojarasca noticiosa producto de la encarnizada competencia entre canales.



¿Esta situación de informar noticias “insustanciales” repercute en el periodismo?

Claramente esto repercute en el trabajo periodístico. Para mí no hay más de cinco noticias. Pensemos que hasta bien entrada la década del 90,  un diario como Clarín no tenía más de cinco, o seis títulos en tapa,  política, economía, internacional y algo deporte, tal vez espectáculos o cultura. Ahora todo se encima en el formato tabloide, mil aparentes noticias apretadas en pocos centímetros. Y en los canales, a cada hora van cambiando los titulares. Eso claramente repercute en el trabajo periodístico porque observás que la noticia de un choque, totalmente insustancial, puede generar una hora de pelea entre los dos conductores. En todas las señales pasa lo mismo. También tiene que ver un poco con nuestra impronta, de vivir en tensión permanente, porque sería algo inimaginable en otros países.



Muchos “En el camino” posibilitaron conocer una Patagonia casi desconocida, incluso llegó a transmitir por primera vez en directo desde la Antártida, ¿por qué aún no contar Río Gallegos, su ciudad natal?

Sigue siendo la ciudad que aún no pude abordar. No sé si tiene que ver con mi rollo familiar, o con ciertas represiones que uno tiene. Se mezclarían tantas cosas para contar, lo bueno, lo malo, lo nostálgico y lo melancólico. Son esas situaciones que no me dan la libertad necesaria aunque cada tanto vuelvo con las ganas. En una época quería contar la ciudad a través de mi mamá, pero ella falleció, y ya estamos grandes con mis hermanos. Otra idea era algo totalmente fantástico, alejado del registro documental. Para mi Río Gallegos es un programa difícil. A Río Gallegos, a pesar de que para todo el mundo es un lugar espantoso,  yo lo llevo en mi corazón. También a veces pienso que un programa autobiográfico no interesa nadie



¿En la infancia nació la pasión por los autos?

Arrancó con los paseos en la camioneta de mi papá. Mi Viejo tenía un almacén de ramos generales, uno de los más importantes de la ciudad, y laburó con una 53 y otra 60. Tengo recuerdos de la primera en foto nomás, pero de la otra tengo varios,  ya que andaba en ripio con mi hermano mayor en esa Ford. De pequeño además era muy fana del Turismo Carretera. No había carrera que me perdiera en la radio. Mi formación en los medios, y en varios aspectos más diría porque fui un chico muy fantasioso, fue a través de la radio. Imagínate que la televisión llegó a Río Gallegos recién en 1969, o sea cuando el hombre pisaba la luna.



¿Cuáles son los programas de televisión que recuerda además de Ruta 66?

Lo primero que se me viene son unos compilados de fútbol, con fechas que habían pasado hace semanas, y que eran las transmisiones de prueba.  Como todo el fútbol lo seguí por la radio, que tenía esa velocidad formidable de los relatos en los sesenta, cuando arribé a Buenos Aires lo primero que hice fue ir a un partido en la cancha Independiente, club de mis amores. Y me llevé una gran frustración. Qué tristeza. Porque los futbolistas iban a cinco por hora, je. Para mi imaginación eran todos gladiadores, deportistas sin igual, y cuando lo ví en vivo tardaban para  patear un tiro libre, o simulaban las infracciones. No eran ningunos gladiadores.



Sabemos que gusta coleccionar autos, ¿alguno que de su preferencia?

Hay uno en particular. Y  tiene su historia. Yo aprendí a manejar en un Fiat 600 de mis hermanos, que me lo prestaban, o se los sacaba sin que supieran. Pero mi primer auto, y el que más quiero,  es un Studebaker Silver Hawk V 8 cupé de 1957. Un periodista especializado en autos recientemente se quedó sorprendido, porque la fabrica cerró en 1966, y preguntó cuándo lo había comprado. 1996. Y cuando había llegado a Buenos Aires. 1976. No entendía cómo pasaron veinte años sin que compre un auto. No era cuestión de plata. No entendía que mi sueño era tener ese coche. Era el auto de mis sueños desde Río Gallegos, aquel que había visto pasar por la puerta de mi casa. Hasta que de muchacho grande pesco el aviso en el diario, y lo compro enseguida, aunque terminó costando casi como un Rolls-Royce, ja. Pero bueno,  los gustos hay que dárselos en vida.





Mario, usted tiene una relación particular con las Islas Malvinas, estuvo en el teatro de operaciones de la Guerra en 1982, y viajó dos veces, 2015 y 2019, ¿cómo fueron esas experiencias?

La primera vez que estuve cerca de las Islas Malvinas cubrí la guerra desde Río Grande y Ushuaia en 1982, en uno de los lugares más sensibles fuera del archipiélago. Porque de allí despegaban los aviones que más miedo causaban en la flota inglesa, los Super Étendard con los misiles exocet. Aunque recién el año pasado pude ir a uno de los búnker donde escondían los aviones. En 1982 mucho no podía hacer porque los militares no me dejaban pese a que estuve con ellos dos meses. Ellos decían que protegían el arma secreta de la Argentina. Pero además era la  zona de la Marina, quienes fueron los más autoritario y repulsivos de la dictadura militar. No dejaban trabajar a nadie. De todo modos puedo decir que viví la guerra de Malvinas como pocos la vivieron fuera de las islas; tuvimos cinco alarmas rojas, toque de queda y una vida militarizada. Una imagen dura que me quedó, de esos días, resulta recordar el sufrimiento de la población civil. O que salían cinco aviones y volvían dos.



Después estuve una semana en Malvinas para hacer una historia de TN, y volví cuando reconocieron a los soldados en las tumbas. Afortunadamente después de ese trabajo internacional de los forenses restan solamente ocho tumbas por reconocer.



¿Qué representa Malvinas para usted?

A las Islas Malvinas las llevo en el corazón. Yo tengo una visión intermedia donde, si bien reconozco a los combatientes, también condeno a la guerra. Claramente los militares bastardearon una causa justa, con la única idea de tapar un problema interno. Entonces a la dictadura no se le ocurrió otra cosa nada peor que entrar en guerra con una potencia mundial -La primer ministro Margaret- Thatcher en Inglaterra tenía el apoyo solamente del 18% y,  después de la guerra,  trepó a los 80. Los laureles del viejo imperio,  y el colonialismo mundial, reverdecieron gracias a la imprudencia de argentina. Pensemos que en ese momento la economía británica se caía a pedazos, Thatcher privatizaba todo y tenía a casi el 50% de la población activa en la calle, y se estaba desprendiendo de casi todos sus recursos coloniales para hacer caja. No hubiera tenido ningún problema en entregar un archipiélago a miles de kilómetros de Londres cuando había entregado la India y  Hong Kong. Malvinas, posiblemente a fines esa década, hubiese sido de Argentina sin un sólo tiro.



Hablaba de una posición intermedia.

Pienso que las dos visiones que imperan son incorrectas.  O sos malvinero extremo, y defendés aquello como una gesta, sin tener en cuenta que aquello primero fue una invasión totalmente desubicada y espuria. No podemos tapar con un árbol, el bosque. Por otra parte, la gente que combatió en las islas no tiene la culpa de los horrores políticos de los militares. Más allá de que algunos de ellos piensen desde un malvinismo extremo, uno no puede dejar de reconocerles la entrega a la Patria, y mucho menos de los muertos. Yo hice mil notas a combatientes que no salen en la tele, y viven alejados en Corrientes y el Chaco, sin alardear. También deberíamos reconocer no solamente a los soldaditos pobres sino a los oficiales que perdieron una guerra, y pelearon con valor y profesionalismo. Uno tiene la obligación de reconocerlos. Pero también tiene la obligación de tener una visión intermedia. Y no caer en un falso nacionalismo.



Reconozco que esta versión intermedia es producto de viajar por el país charlando con combatientes de todos los rangos, haber estado dos veces en las islas, y,  además, tener muchos amigos de la infancia que son hijos de Malvinas. Hay todavía muchos familiares directos, administradores de estancia,  que hunden su linaje en Malvinas, y que podés encontrar en Santa Cruz. Es un vínculo muy personal con las Malvinas, y que por lo general,  no es compartido.



Hemos vivido un proceso tan intenso de desmalvinización que cuesta hablar del tema con ánimo de escuchar.

Asumamos que la desmalvinización empezó en la dictadura y siguió en democracia -El presidente Raúl- Alfonsín fue uno de los responsables. Y uno puede entenderlo porque no podía exaltar una de las peores cosas que hicieron los militares después del genocidio. Son esos sapos que la política obliga a tragar. Igualmente creo que se está revisando la historia y que los combatientes empiezan a ser reconocidos sin prejuicios pro ni anti Malvinas. Y está quedando atrás  las objeciones de gran parte de la población, quien enrostraba, y ocultaba, la guerra como la encarnación viva de los dictadura. No se puede ser tan mala persona, tan pésimo argentino, con unos chicos que fueron casi sin instrucción, se bancaron muertos de hambres sucias trincheras, y encima, cuando lo trajeron, los ocultaron como leprosos. Siempre creí que quedaron más traumados los ex combatientes por  ese cruel recibimiento,  que por la guerra misma. La democracia argentina no puede ser injusta con ellos. (Ser Argentino)


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